Javier Hermoso de Mendoza
Javier Hermoso de Mendoza
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Nota: fue publicado en Diario de Navarra el viernes 10 de septiembre de 2004.

PERROS

El lunes 30 de agosto, durante el concierto de Luxembourg Mandolin Quintet, un ciudadano entró en la iglesia de San Pedro de Larrúa acompañado de un perro. Al día siguiente, la prensa trae la noticia de que un vecino de Estella causa destrozos en el mobiliario de una clínica veterinaria y agrede al titular, al que acusa de la muerte de su perro. Si retrocedemos en el tiempo, en la inauguración de la pista de skate vemos como un perro se pasea por el cemento, dificultando la exhibición, sin que este hecho provoque la menor reacción en las autoridades allí presentes. Hace pocos años, un vecino de Estella se libró por los pelos de ser devorado vivo por sus propios perros. Todo esto, en nuestra querida ciudad. Si dirigimos la atención a lo que pasa en el país, con frecuencia la prensa nos trae la noticia de personas que fallecen al ser atacadas por su propio perro, el de su vecino, el de su pariente, o por canes que se escapan y los atacan cuando pasean o ejercen su trabajo.

A pesar de su creciente peligrosidad, con frecuencia hoy el perro no es el mejor amigo del hombre, sino su dueño. A veces, parece un semi-dios al que se le ofrecen todo tipo de derechos, mientras que cientos o miles de millones de personas se verían contentos si recibieran la consideración, el trato, la atención y el alimento de nuestros canes. Tan normal vemos esa vida de lujo que se les da, y tan tolerantes nos mostramos ante ella, que mientras los veterinarios dan la alarma sobre la obesidad creciente de estos animales, conseguida a base de carne de primera y caros alimentos de marca, vemos con indiferencia cómo cientos de millones de personas mueren de hambre mientras intentan aplacar el gusanillo llenando el estómago de tierra y objetos indigeribles. Nos indignamos cuando nos dicen que no se les da el trato adecuado, y asentimos cuando constantemente se airea en la prensa el derecho de esos animales, mientras ante la indiferencia general cientos de personas dejan la vida en el Estrecho en un intento de conseguir las migajas de la opulenta Europa, y sólo unos pequeños grupos de voluntarios de la Cruz Roja les prestan su apoyo a pie de playa. Vemos cómo proliferan guarderías, clínicas y centros de acogida para perros, mientras que muchos seres humanos, de otro color, de otra lengua, malviven hacinados esperando un imposible, y deambulan por las calles mendigando unos derechos que la sociedad les niega. Como en botica, aquí también hay de todo, pero no son pocas las personas que pasean su orondo orgullo atado a una cadena y en forma de cuatro patas.

Para qué seguir..., si mientras estas cosas suceden aceptamos con naturalidad el que la gente tenga cada vez perros más grandes y de razas peligrosas en los pisos. Vemos sin inmutarnos como hay perros potencialmente peligrosos que arrastran a sus dueños porque estos son incapaces de dominarlos y controlarlos. Observamos cómo personas con las que, como dicen los yankis, no nos fiaríamos de hacer un trato, pasear grandes perros de razas consideradas peligrosas. Vemos como hay personas que atan el perro a la puerta de un bar, sin importarles que el can ladre o calle, y ahí permanece, a veces, horas y horas. Con frecuencia nuestros pies tropiezan en las calles con excrementos sin recoger, y ¿qué decir de los excrementos que no vemos porque los cubre la hierba del parque? ¿Qué son Los Llanos, a determinadas horas, sino una zona de perros, que sueltos corretean, defecan y orinan en el césped sin que hagan acto de presencia los encargados de vigilar el cumplimiento de la norma que prohíbe la circulación de perros sueltos?

De poco sirven las letras anteriores ¿Saben por qué? Porque en torno a los perros se ha montado un grandísimo negocio, y ante los grandes negocios todos mostramos una cerviz humilde y complaciente. Pero una cosa le voy a pedir a nuestro Ayuntamiento: que saque los perros de Los Llanos, y habilite para ellos unas zonas fuera del parque; que lugares adecuados los hay en abundancia. Los Llanos deben ser para los humanos, y no para los animales. Con una excepción: deben ser para los humanos que van en el coche de San Fernando, unos ratos a pié, y otros andando.

ARRIBA © 2003-2005 Javier Hermoso de Mendoza